Llega un momento, para terror de algunos padres y madres, en el que se hace necesaria una conversación tranquila y sosegada con el hijo o la hija adolescente.
No es un plato de gusto para nadie, porque resulta más cómodo callarse, disimular, olvidar, "mirar para otro lado"... que pasar el mal trago de hablarles claro.
Pero como afirma Alejandra Vallejo-Nágera, "más dolor ocasiona un padre blando, inconstante, que no sirve de guía.
Me refiero a ese tipo que enseguida se rinde porque educar bien resulta cansado". Durante la adolescencia van a prodigarse las situaciones que requieren con urgencia una conversación seria.
El hijo que hace "novillos" (se ausenta) en el colegio, la hija que con sólo catorce años "sale" con el primer muchacho insustancial que se lo ha pedido, la hija que hace de la contestación insolente un hábito...
Y en estos momentos pueden entrarnos dos tipos distintos de miedos razonables e igualmente desastrosos: -"No es para tanto; pobre hijo".
Por un paternalismo mal entendido podemos creer que nuestra tarea consiste en evitar contrariedades a nuestro hijo. Pero de lo que se trata es de educar una persona libre y responsable. -"Si le echo un sermón, perderé su confianza".
Y sin embargo, necesitan y esperan nuestra autoridad.
El primer paso, de todas maneras, consiste en informarse bien de lo que ha sucedido.
Sin exageraciones, pero sin ingenuidades, hemos de conocer los detalles antes de hablar con nuestro hijo.
Son los amos de las excusas, de las coartadas y de las interpretaciones, y tienen una capacidad infinita para la autojustificación.
Sólo si estamos bien informados podremos discernir.
Los padres sagaces han de tener, desde el principio, un mínimo plan de acción. Este sería el segundo criterio clave.
Por eso, hay que hablar mucho entre el matrimonio, especialmente si se trata de un tema importante.
Hay que estudiar bien el caso para no dejarse llevar por la improvisación.
Saber lo que queremos decir al hijo y no lo que inspire nuestro estado de ánimo en ese momento.
Y algo muy importante: tener visión de largo plazo, sabiendo que a veces las guerras no se ganan en una sola batalla y que la victoria definitiva requiere paciencia y sembrar mucho antes de recoger la cosecha.
Hemos de ser prevenidos porque hablar con un adolescente es lo más parecido a una montaña rusa: vamos de aquí para allá y, a aveces, es difícil incluso evitar la discusión.
En tercer lugar, saber escuchar.
Efectivamente, escuchar con eficacia es todo un arte que pocas personas saben llevar a la práctica.
La mayoría de los padres queremos mitigar los golpes que la vida puede causar a los hijos.
Nos hacemos cargo de los problemas que atañen al adolescente, intentamos ayudarle.
Adelantándonos a cualquier desenlace fatal, hablamos, advertimos, damos consejos, prohibimos, juzgamos... pero solemos tener poca paciencia para escuchar.
No nos damos cuenta de que igual de importancia tiene en estas conversaciones el saber qué decir, como el escuchar, dejar hablar a nuestro hijo, que explique sus opiniones y puntos de vista.
Al hablar con alguien, el adolescente necesita oírse a sí mismo hablando en voz alta.
El objetivo consiste en ayudarle para que exprese su frustración, angustia o miedo.
Y para eso, hay que evitar las interrupciones con comentarios, consejos o preguntas.
En todo caso, puede ser útil proponerse, dentro de ciertos límites, no tomarse las cosas como algo personal, cultivar una cierta perspectiva un tanto distante y permanecer tan sereno e impertérrito como sea posible. También puede ser útil "oír con los ojos".
En ocasiones nuestro hijo no expresa con palabras lo que siente. La expresión de la cara, la mirada, el gesto de los brazos, la postura, el tono de voz.
El cuerpo no miente.
Cuando observemos un mensaje contradictorio entre gestos y palabras, hay que creer sólo lo que dice el cuerpo.
Y es que estas conversaciones requieren por nuestra parte que nos arriesguemos a oír de todo.
Una confesión puede ser un duro golpe: ¿estamos dispuestos a oír de todo?.
Por eso, conviene tener previsto qué hacer después.
Pensemos que entonces es cuando se nos va a presentar la mejor oportunidad para ayudar a nuestro hijo,pues cuando se atreve a expresar su preocupación es porque ha jugado con fuegopero no aguanta el calor.
Hay que ser hábil para que la comunicación fluida no decaiga, por miedo nuestro o por vergüenza suya, pero al mismo tiempo, los padres debemos saber orientar,proporcionar claves.
Si se trata de un mensaje de los que nos dejan envueltos en un sudor frío, lo primordial es conservar la calma.
Hacerlo resulta muy difícil, pero enormemente útil.
Sólo la calma permite encontrar la respuesta más adecuada.
martes
Enseñar con el ejemplo
"¡Los niños a dormir que la película es para grandes!", y los hijos, obedientes, envolvían su docilidad entre las sábanas, mientras los padres permanecían, pegados al televisor.
De esta manera se mantenía inmaculada la pureza del mundo infantil a fuerza de alejarla todo lo posible de la pornografía.
Aunque sólo fuera en blanco y negro, podía atravesar la delicada piel de los niños, pero no la curtida epidermis de los mayores.
"Hay que preservar a nuestros hijos de tanto bombardeo televisivo de violencia y sexo", decimos ahora, aunque sabemos que es demasiado tarde.
Ya no estamos a tiempo de prevenir, sino de hacer curas de urgencia; ya no es momento de enseñar a nadar, sino de lanzar salvavidas desesperadamente; ya no es hora de reparar el fuselaje, sino de tirar de la anilla del paracaídas.
Nos apresuramos a tapar con nuestras manos los ojos de la inocencia, nos preocupamos de codificarles el mal, nos cuidamos de cerrarles a cal y canto la puerta de nuestro mundo (lleno de nuestras propias contradicciones), pero el mundo irreal que hemos creado para guardar su inocencia se desvanece por el ojo de la cerradura.
¿Qué está ocurriendo? ¿Acaso se pueden limpiar los cristales con agua sucia o apagar las llamas con fuego?
Denunciamos la violencia en los dibujos animados, pero no en las películas para mayores; nos escandaliza la pornografía televisiva antes de las once, pero no la de madrugada; condenamos los malos ejemplos en la programación infantil, pero no en la de los niños en un lugar esterilizado, en una fortaleza amurallada por nuestras mentiras, en un mundo platónico idílico y perfecto.
Mientras tanto les esperamos aquí abajo a que se hagan adultos de golpe, les explicamos que los niños no vienen de París y les damos la bienvenida destronando las prohibiciones por ridículas.
Y si nos preguntan por qué ellos no pueden ver tal cosa, les respondemos que porque son pequeños.
Así les mostramos que ser adulto justifica cualquier comportamiento, les enseñamos falsos argumentos éticos y les iniciamos en nuestra esquizofrenia platónica.
Pero quizá esos "locos bajitos ", como los llamaba alguien por alli,
Algunas ideas sobre la permisividad de los padres
La indecisión o la comodidad de los padres acaba en permisividad.
Los valores no son transables por las costumbres o modas del momento.
No se someten al abuso de las mayorías, reales o aparentes.
Lo que la mayoría hace o dice hacer no puede elevarse a la categoría de valor, aunque pese en el ambiente.
No es nada novedoso comprobar que la mayoría camina por un plano inclinado hacia la facilidad. ¡Tantos cuidados para que los hijos pequeños no jueguen con fuego, en tanto que a los hijos adolescentes se les deja entrar en la hoguera como si nada!. ¿Por qué se teme tanto disgustar al hijo adolescente, cuando justamente es la permisividad lo que los hace temibles?
La permisividad es la comodidad del momento, pero trae consigo muchas incomodidades posteriores. Hay padres que mantienen una ignorancia culpable de lo que hacen sus hijos adolescentes fuera de casa. El frívolo es la caricatura del adulto, ya que no pasa de ser un adolescente que no maduró y al que le quedan grandes las responsabilidades, afrontándolas con caprichosa inmadurez.
La frivolidad no tolera el paso de los años, porque se identifica con los falsos valores de la juventud. Al ver que está se le escapa, intenta sujetarla aferrándose a las modas de los jóvenes. El adolescente que anda en malos pasos rehuye la vida de la familia, y sólo se siente a gusto con sus cómplices. Es triste comprobar que hay padres que se preocupan más del precio de las acciones, que de las acciones morales de su hijo. ¡Que lastima! Tanto éxito en la vida profesional a costa de que la propia familia sea un fracaso. "¡Haz lo que quieras! Me da lo mismo".
"Me das lo mismo" Es cierto. No siempre se dice así, textualmente, en ese tono, pero eso es lo que se quiere decir. Quitarse los hijos de encima es una expresión terrible, pero cuántos padres practican este deporte temerario, por indolencia, por comodidad, por desinterés, o simplemente por falta de valores o por valores equivocados.
DEJEMONOS GUIAR INDISCUTIBLEMENTE POR EL UNICO QUE NOS PUEDE DAR LA SABIDURIA PLENA DE COMO CRIAR A NUESTROS HIJOS, SEAN ESTOS PEQUEÑOS O ADOLESCENTES.
Aprender a corregir
Es natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de distinto modo. Lo que sería extraño es que un adolescente y una persona madura pensaran de idéntica manera.
La educación no es empeñarse en que nuestros hijos sean como Einstein, o como ese genio de las finanzas, o como aquella princesa que sale en las revistas.
Tampoco es el destino de los chicos llegar a ser lo que nosotros fuimos incapaces de alcanzar, ni hacer esa espléndida carrera que tanto nos gusta... a nosotros. No. Son ellos mismos.
UNA LABOR DE ARTESANÌA
Tener un proyecto educativo no significa meter a los hijos en un molde a presión. La verdadera labor del educador es mucho más creativa: es como descubrir una fina escultura dentro de un bloque de mármol, quitando lo que sobra, limando asperezas y mejorando detalles.
Se trata de ir ayudándoles a quitar sus defectos para desvelar la riqueza de su forma de ser y de entender las cosas.
Hay que buscar para los hijos ideales de equilibrio, de nobleza, de responsabilidad. No de supremacía en todo, porque eso acaba por crear absurdos estados de angustia. Lo que importa es fijarse unos retos que le hagan ser él mismo, pero cada día un poco mejor; que le hagan conocer las satisfacción de fijarse unas metas y cumplirlas.
La tarea de educar en la libertad es tan delicada y difícil como importante, porque hay padres que, por afanes de libertad mal entendida, no educan; y otros que, por afanes pedagógicos desmedidos, no respetan la libertad. Y no sabría decir qué extremo es más negativo.
LAS CUATRO REGLAS
Educar no es una tarea fácil. El adolescente tiende por naturaleza a enjuiciarlo todo, posee una considerable visión crítica de lo que le rodea. Eso no tiene por qué ser forzosamente malo. Por el contrario, puede ser muy bueno. Pero habría que establecer unas reglas del juego para que la crítica en la familia sea positiva.
Primera: Para que alguien tenga derecho a corregir tiene primero que ser persona que esté capacitada para reconocer lo bueno de los demás y que sea capaz también de decirlo: que no corrija quien no sepa elogiar de vez en cuando.
Porque si un padre no reconoce nunca lo que su hijo o su mujer hacen bien, ¿con qué derecho podrá luego corregirles cuando fallen? En este sentido no debemos olvidar que, el que nada positivo encuentra en los demás tiene que replantear su vida desde los cimientos: algo en él no va bien, tiene una ceguera que le inhabilita para corregir.
CON MUCHO CARIÑO
Segunda: Ha de corregirse por cariño: tiene que ser la crítica del amigo, no la del enemigo. Y para eso tiene que ser serena y ponderada, sin precipitaciones y sin apasionamiento: tiene que ser cuidadosa, con el mismo primor con que se cura una herida, sin ironías ni sarcasmos, con esperanza de verdadera mejoría.
Tercera: Tampoco debe darse la corrección sin antes hacer examen sobre la propia culpabilidad en lo que se va a corregir. Cuando algo marcha mal en la familia, casi nunca nadie puede decir que está libre de toda culpa.
Además, cuando uno se siente corresponsable de un error, corrige de forma distinta. Porque corrige desde dentro, comenzando por la confesión de la propia culpa. De este modo, el corregido entenderá mucho mejor porque empezamos por compartir su error con el nuestro, y no lo verá como una agresión desde fuera sino como una ayuda desde dentro.
La crítica destructiva es tan fácil como difícil es la constructiva.
Resulta muy eficaz que en la familia haya fluidez en la corrección, que se puedan decir unos a otros las cosas con normalidad. Que los agravios o los enfados no se queden dentro de los corazones, porque ahí se pudren.
POCO A POCO
Cuarta: Regla múltiple sobre la forma de llevar a cabo la corrección. Ésta ha de ser cara a cara, pues no hay nada más sucio que la murmuración o la denuncia anónima del que tira la piedra y esconde la mano; a la persona interesada y en privado; y siempre sin comparar con otras personas: nada de "aprende de tu primo, que saca tan buenas notas, o del vecino de arriba que es tan educado..."
Con mucha prudencia antes de juzgar las intenciones y no hablar de lo que no se ha comprobado bien, pues corregir sobre rumores, suposiciones o sospechas, supone hacer méritos para ser injusto.
La corrección deber ser específica y concreta, no generalizadora ; sabiendo centrarse en el tema, sin exageraciones, sin superlativos, sin abusar de palabras como siempre, nunca... Conviene hablar de una o dos cosas cada vez, porque si acumulásemos una lista parecería una enmienda a la totalidad más que otra cosa; y sin reiterarlas demasiado: hay que darles tiempo para mejorar. Además, la excesiva machaconería se vuelve también contraproducente.
EL MEJOR MOMENTO
Por último, hay que saber elegir el momento para corregir o aconsejar, que ha de ser cuanto antes, pero siempre esperando a estar los dos tranquilos para hablar y tranquilos para escuchar: si uno está aún nervioso o afectado por un enfado, quizá sea mejor esperar un poco más, porque de los contrario probablemente se estropeen más las cosas en vez de arreglarse. Corregir sí, pero siempre poniéndose antes en un lugar, haciéndose cargo de sus circunstancias, procurando, como dice el refrán, calzar un mes sus zapatos antes de juzgar.
Actuando así, se corrige de modo distinto. Incluso veremos que muchas veces es mejor callarnos: hay quien dijo que si pudiéramos leer la historia secreta de nuestros enemigos, hallaríamos en sus vidas penas y sufrimientos suficientes como para desarmar nuestra hostilidad.
UN BUEN AMBIENTE FAMILIAR
La amistad entre padres e hijos se puede armonizar perfectamente con la autoridad que requiere la educación.
Es preciso crear un clima de gran confianza y de libertad, aun a riesgo de que alguna vez sean engañados. Más vale que luego ellos se avergüencen de haber abusado de esa confianza y se corrijan.
En cambio, cuando falta un mínimo de libertad, la familia se puede convertir en una auténtica escuela de la simulación.
A los adolescentes les cuesta mucho obedecer pero tienen que entender que, guste o no, todos obedecemos. En cualquier colectivo, las relaciones humanas implican vínculos y dependencias, y eso es inevitable. No pueden engañarse con ensueños de rebeldía infantil.
En definitiva, obedecer es a veces incómodo, es verdad. Pero tienen que descubrir que no siempre lo más cómodo es lo mejor. Deben darse cuenta de que el mejor camino para ser libre es lograr ser dueños de uno mismo. Han de comprender que sólo una persona bien curtida en la obediencia juvenil será libre en la edad adulta.
PARA PENSAR:
a. Procura fijarte más en los valores positivos de los demás. Y al observar sus defectos, o lo que te parece a ti que son defectos, piensa si no los hay -esos mimos- también en tu vida.
b. No debes olvidar que -no se sabe en virtud de qué misteriosa tendencia- todos solemos proyectar en los demás nuestros propios defectos.
c. No pierdas la paciencia. Cuando pienses cosas como "le he dicho a esta criatura por lo menos cuarenta veces que... y no hay manera", no dejes de preguntarte si quizá también tú te has propuesto cuarenta veces muchas cosas que luego no has logrado hacer.
d. Esto no quiere decir que no debamos exigir y corregir porque nosotros no seamos perfectos. Pero cuando alguien es consciente de sus propios defectos, la tarea de educar se percibe casi como una tarea de compañerismo: se celebra el triunfo del otro y se sabe disculpar y disimular la derrota, porque se confía en que le llegarán también tiempos de victoria.
e. Sé prudente antes de juzgar o corregir: recuerda aquello de que el bien debe ser supuesto, el mal debe ser probado; y eso otro de oír la otra campana, y saber quién es el campanero...
f. Para que la corrección sea eficaz, es preciso lograr previamente un clima de confianza. A veces somos rígidos y distantes porque estamos inseguros, porque no nos lanzamos a educar es la confianza, y no debe olvidarse que la confianza es un gran valor en la educación.
... Y ACTUAR
Plantea en una conversacion familiar cómo podríais lograr una mayor fluidez en la corrección, de manera que se puedan decir unos a otros con cierta normalidad las cosas que les molestan. No dejes de explicar que los agravios o los enfados no deben quedarse dentro del corazón, porque ahí se pudren; y que es preciso saber perdonar y dar un voto de confianza a todos: el verdadero perdón es siempre generoso en conceder oportunidades de enmendarse.
lunes
Como lograr una autoridad positiva con los hijos
Tener autoridad, no es lo mismo que autoritarismo, es básico para la educación de nuestro hijo.
Debemos marcar límites y objetivos claros que permitan diferenciar qué está bien y qué está mal, pero uno de los errores más frecuentes de padres y madres es excederse en la tolerancia. Y entonces empiezan los problemas. Hay que llegar a un equilibrio, ¿cómo conseguirlo para tener autoridad?
Un dia escuchè a una madre preguntar:
- ¿Qué hago si mi hijo está encima de la mesa y no quiere bajar?
- Dígale que baje, -le dijo el consejero.
- Ya se lo digo, pero no me hace caso y no baja -respondió la madre con voz de derrotada.
- ¿Cuántos años tiene el niño? - le preguntò.
- Tres años - afirmó ella.
Situaciones semejantes a ésta se presentan frecuentemente. Generalmente suele ser la madre quien pone la mesa aunque estén los dos. El padre simplemente asiente, bien con un silencio cómplice, bien afirmando con la cabeza, porque el problema es de los dos, evidentemente.
¿Qué ha pasado para que en tan pocos meses una pareja de personas adultas, triunfadoras en el campo profesional y social, hayan malgastado el capital de autoridad que tenían cuando nació el niño?
Actuaciones paternas y maternas, a veces llenas de buena voluntad, minan la propia autoridad y hacen que los niños primero y los adolescentes después no tengan un desarrollo equilibrado y feliz con la consiguiente angustia para los padres.
El padre o la madre que primero reconoce no saber qué hacer ante las conductas negativas de su pequeño y que, después, siente que ha perdido a su hijo adolescente, no puede disfrutar de una buena calidad de vida, por muy bien que vaya económica, laboral y socialmente, porque ha fracasado en el "negocio" más importante: la educación de sus hijos.
¿Cuáles son los errores más frecuentes que padres y madres cometemos cuando interaccionamos con nuestros hijos?
Antes de que siga leyendo, quiero advertirle que, posiblemente, usted, como todos -yo también- en alguna ocasión ha cometido cada uno de los errores que se apuntan a continuación. No se preocupe por ello. No es un desastre. Es lo normal en cualquier persona que intenta educar TODOS LOS DIAS. Tiene su parte positiva. Quiere decir que intenta educar, lo cual ya es mucho.
En educación lo que deja huella en el niño no es lo que se hace alguna vez, sino lo que se hace continuamente. Lo importante es que, tras un periodo de reflexión, los padres consideren, en cada caso, las actuaciones que pueden ser más negativas para la educación de sus hijos, y traten de ponerles remedio.
Estos son los principales errores que, con más frecuencia, debilitan y disminuyen la autoridad de los padres:
- La permisividad. Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no tiene conciencia de que es bueno ni de lo que es malo. No sabe si se puede rayar en las paredes o no. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien o lo que está mal. El dejar que se ponga de pie encima del sofá porque es pequeño, por miedo a frustrarlo o por comodidad es el principio de una mala educación. Un hijo que hace "fechorías" y su padre no le corrige, piensa que es porque su padre ni lo estima ni lo valora. Los niños necesitan referentes y límites para crecer seguros y felices.
- Ceder después de decir no. Una vez que usted se ha decidido a actuar, la primera regla de oro a respetar es la del no. El no es innegociable. Nunca se puede negociar el no, y perdone que insista, pero es el error más frecuente y que más daño hace a los niños. Cuando usted vaya a decir no a su hijo, piénselo bien, porque no hay marcha atrás. Si usted le ha dicho a su hijo que hoy no verá la televisión, porque ayer estuvo más tiempo del que debía y no hizo los deberes, su hijo no puede ver la televisión aunque le pida de rodillas y por favor, con cara suplicante, llena de pena, otra oportunidad. Hay niños tan entrenados en esta parodia que podrían enseñar mucho a las estrellas del cine y del teatro.
En cambio, el sí, sí se puede negociar. Si usted piensa que el niño puede ver la televisión esa tarde, negocie con él qué programa y cuanto rato.
- El autoritarismo. Es el otro extremo del mismo palo que la permisividad. Es intentar que el niño/a haga todo lo que el padre quiera anulándole su personalidad. El autoritarismo sólo persigue la obediencia por la obediencia. Su objetivo no es una persona equilibrada y con capacidad de autodominio, sino hacer una persona sumisa, esclavo sin iniciativa, que haga todo lo que dice el adulto. Es tan negativo para la educación como la permisividad.
- Falta de coherencia. Ya hemos dicho que los niños han de tener referentes y límites estables. Las reacciones del padre/madre han de ser siempre dentro de una misma línea ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo menos posible en la importancia que se da a los hechos. Si hoy está mal rayar la pared, mañana, también.
Igualmente es fundamental la coherencia entre el padre y la madre. Si el padre le dice a su hijo que se ha de comer con los cubiertos, la madre le ha de apoyar, y veceversa. No debe caer en la trampa de : "Dejalo que coma como quiera, lo importante es que coma".
- Gritar. Perder los estribos. A veces es difícil no perderlos. De hecho todo educador sincero reconoce haberlos perdido alguna vez en mayor o menor medida. Perder los estribos supone un abuso de la fuerza que conlleva una humillación y un deterioro de la autoestima para el niño. Además, a todo se acostumbra uno. El niño también a los gritos a los que cada vez hace menos caso: Al final, para que el niño hiciera caso, habría que gritar tanto que ninguna garganta humana está concebida para alcanzar la potencia de grito necesaria para que el niño reaccionase.
Gritar conlleva un peligro inherente. Cuando los gritos no dan resultado, la ira del adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso los malos tratos psíquicos y físicos, lo cual es muy grave.
Nunca debemos llegar a este extremo. Si los padres se sienten desbordados, deben pedir ayuda
- No cumplir las promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que cuanto más promete o amenaza un padre/madre menos cumple lo que dicen. Cada promesa o amenaza no cumplida es un girón de autoridad que se queda por el camino. Las promesas y amenazas deben ser realistas, es decir fáciles de aplicar. Un día sin tele o sin salir, es posible. Un mes es imposible.
- No negociar. No negociar nunca implica rigidez e inflexibilidad. Supone autoritarismo y abuso de poder, y por lo tanto incomunicación. Un camino ideal para que en la adolescencia se rompan las relaciones entre los padres y los hijos.
- No escuchar. Dobson dice en su libro "El arte de ser padres", que una buena madre -hoy también podemos decir padre- es la que escucha a su hijo aunque esté hablando por teléfono. Muchos padres se quejan de que sus hijos no los escuchan. Y el problema es que ellos no han escuchado nunca a sus hijos. Los han juzgado, evaluado y les han dicho lo que habían de hacer, pero escuchar ... nunca.
- Exigir éxitos inmediatos. Con frecuencia, los padres tienen poca paciencia con sus hijos. Querrían que fueran los mejores... ¡ya!. Con los hijos olvidan que nadie ha nacido enseñado. Y todo requiere un período de aprendizaje con sus correspondientes errores. Esto que admiten en los demás no pueden soportarlo cuando se trata de sus hijos, en los que sólo ven las cosas negativas y que, lógicamente, "para que el niño aprenda" se las repiten una y otra vez.
Sin embargo, una vez que sabemos lo que hemos de evitar, algunos consejos y "trucos" sencillos pueden aligerar este problema, ofrecer un desarrollo equilibrado a los hijos y proporcionar paz a las personas y al hogar. Estos consejos sólo requieren, por un lado, el convencimiento -muy importante- de que son efectivos y, por otro, llevarlas a la práctica de manera constante y coherente.
Algunas de estas técnicas ya han sido comentadas al hablar de los errores, y ya no insistiré en ellas. Me limitaré a enunciar brevemente, actuaciones concretas y positivas que ayudan a tener prestigio y autoridad positiva ante los hijos:
- Tener unos objetivos claros de lo que pretendemos cuando educamos. Es la primera condición sin la cual podemos dar muchos palos de ciego. Estos objetivos han de ser pocos, formulados y compartidos por la pareja, de tal manera que los dos se sienten comprometidos con el fin que persiguen. Requieren tiempo de comentario, incluso, a veces, papel y lápiz para precisarlos y no olvidarlos. Además deben revisarse si sospechamos que los hemos olvidado o ya se han quedado desfasados por la edad del niño o las circunstancias familiares.
- Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le vale decir "sé bueno", "pórtate bien" o "come bien". Estas instruccuiones generales no le dicen nada. Lo que sí le vale es darle con cariño instrucciones concretas de cómo se coge el tenedor y el cuchillo, por ejemplo.
- Dar tiempo de aprendizaje. Una vez hemos dado las instrucciones concretas y claras, las primeras veces que las pone en práctica, necesita atención y apoyo mediante ayudas verbales y físicas, si es necesario. Son cosas nuevas para él y requiere un tiempo y una práctica guiada.
- Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo que hace bien y pasando por alto lo que hace mal. Pensemos que lo que le sale mal no es por fastidiarnos, sino porque está en proceso de aprendizaje. Al niño, como al adulto, le encanta tener éxito y que se lo reconozcan.
- Dar ejemplo para tener fuerza moral y prestigio. Sin coherencia entre las palabras y los hechos, jamás conseguiremos nada de los hijos. Antes, al contrario, les confundiremos y les defraudaremos. Un padre no puede pedir a su hijo que haga la cama si él no la hace nunca.
- Confiar en nuestro hijo. La confianza es una de las palabras clave. La autoridad positiva supone que el niño tenga confianza en los padres. Es muy difícil que esto ocurra si el padre no da ejemplo de confianza en el hijo.
- Actuar y huir de los discursos. Una vez que el niño tiene claro cual ha de ser su actuación, es contraproducente invertir el tiempo en discursos para convencerlo. Los sermones tienen un valor de efectividad igual a 0. Una vez que el niño ya sabe qué ha de hacer, y no lo hace, actúe consecuentemente y aumentará su autoridad.
- Reconocer los errores propios. Nadie es perfecto, los padres tampoco. El reconocimiento de un error por parte de los padres da seguridad y tranquilidad al niño/a y le anima a tomar decisiones aunque se pueda equivocar, porque los errores no son fracasos, sino equivocaciones que nos dicen lo que debemos evitar. Los errores enseñan cuando hay espíritu de superación en la familia.
Todas estas recomendaciones pueden ser muy válidas para tener autoridad positiva o totalmente ineficaces e incluso negativas. Todo depende de dos factores, que si son importantes en cualquier actuación humana, en la relación con los hijos son absolutamente imprescindibles: amor y sentido común.
Educar es estimar, alguien dijo. El amor hace que las técnicas no conviertan la relación en algo frío, rígido e inflexible y, por lo tanto, superficial y sin valor a largo plazo. El amor supone tomar decisiones que a veces son dolorosas, a corto plazo, para los padres y para los hijos, pero que después son valoradas de tal manera que dejan un buen sabor de boca y un bienestar interior en los hijos y en los padres.
El sentido común es lo que hace que se aplique la técnica adecuada en el momento preciso y con la intensidad apropiada, en función del niño, del adulto y de la situación en concreto. El sentido común nos dice que no debemos matar moscas a cañonasos ni leones con una honda. Un adulto debe tener sentido común para saber si tiene delante a una mosca o a un león. Si en algún momento tiene dudas, debe buscar ayuda en Dios atraves de consejeros, leer la palabra, para tener las ideas claras antes de actuar.
Debemos marcar límites y objetivos claros que permitan diferenciar qué está bien y qué está mal, pero uno de los errores más frecuentes de padres y madres es excederse en la tolerancia. Y entonces empiezan los problemas. Hay que llegar a un equilibrio, ¿cómo conseguirlo para tener autoridad?
Un dia escuchè a una madre preguntar:
- ¿Qué hago si mi hijo está encima de la mesa y no quiere bajar?
- Dígale que baje, -le dijo el consejero.
- Ya se lo digo, pero no me hace caso y no baja -respondió la madre con voz de derrotada.
- ¿Cuántos años tiene el niño? - le preguntò.
- Tres años - afirmó ella.
Situaciones semejantes a ésta se presentan frecuentemente. Generalmente suele ser la madre quien pone la mesa aunque estén los dos. El padre simplemente asiente, bien con un silencio cómplice, bien afirmando con la cabeza, porque el problema es de los dos, evidentemente.
¿Qué ha pasado para que en tan pocos meses una pareja de personas adultas, triunfadoras en el campo profesional y social, hayan malgastado el capital de autoridad que tenían cuando nació el niño?
Actuaciones paternas y maternas, a veces llenas de buena voluntad, minan la propia autoridad y hacen que los niños primero y los adolescentes después no tengan un desarrollo equilibrado y feliz con la consiguiente angustia para los padres.
El padre o la madre que primero reconoce no saber qué hacer ante las conductas negativas de su pequeño y que, después, siente que ha perdido a su hijo adolescente, no puede disfrutar de una buena calidad de vida, por muy bien que vaya económica, laboral y socialmente, porque ha fracasado en el "negocio" más importante: la educación de sus hijos.
¿Cuáles son los errores más frecuentes que padres y madres cometemos cuando interaccionamos con nuestros hijos?
Antes de que siga leyendo, quiero advertirle que, posiblemente, usted, como todos -yo también- en alguna ocasión ha cometido cada uno de los errores que se apuntan a continuación. No se preocupe por ello. No es un desastre. Es lo normal en cualquier persona que intenta educar TODOS LOS DIAS. Tiene su parte positiva. Quiere decir que intenta educar, lo cual ya es mucho.
En educación lo que deja huella en el niño no es lo que se hace alguna vez, sino lo que se hace continuamente. Lo importante es que, tras un periodo de reflexión, los padres consideren, en cada caso, las actuaciones que pueden ser más negativas para la educación de sus hijos, y traten de ponerles remedio.
Estos son los principales errores que, con más frecuencia, debilitan y disminuyen la autoridad de los padres:
- La permisividad. Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no tiene conciencia de que es bueno ni de lo que es malo. No sabe si se puede rayar en las paredes o no. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien o lo que está mal. El dejar que se ponga de pie encima del sofá porque es pequeño, por miedo a frustrarlo o por comodidad es el principio de una mala educación. Un hijo que hace "fechorías" y su padre no le corrige, piensa que es porque su padre ni lo estima ni lo valora. Los niños necesitan referentes y límites para crecer seguros y felices.
- Ceder después de decir no. Una vez que usted se ha decidido a actuar, la primera regla de oro a respetar es la del no. El no es innegociable. Nunca se puede negociar el no, y perdone que insista, pero es el error más frecuente y que más daño hace a los niños. Cuando usted vaya a decir no a su hijo, piénselo bien, porque no hay marcha atrás. Si usted le ha dicho a su hijo que hoy no verá la televisión, porque ayer estuvo más tiempo del que debía y no hizo los deberes, su hijo no puede ver la televisión aunque le pida de rodillas y por favor, con cara suplicante, llena de pena, otra oportunidad. Hay niños tan entrenados en esta parodia que podrían enseñar mucho a las estrellas del cine y del teatro.
En cambio, el sí, sí se puede negociar. Si usted piensa que el niño puede ver la televisión esa tarde, negocie con él qué programa y cuanto rato.
- El autoritarismo. Es el otro extremo del mismo palo que la permisividad. Es intentar que el niño/a haga todo lo que el padre quiera anulándole su personalidad. El autoritarismo sólo persigue la obediencia por la obediencia. Su objetivo no es una persona equilibrada y con capacidad de autodominio, sino hacer una persona sumisa, esclavo sin iniciativa, que haga todo lo que dice el adulto. Es tan negativo para la educación como la permisividad.
- Falta de coherencia. Ya hemos dicho que los niños han de tener referentes y límites estables. Las reacciones del padre/madre han de ser siempre dentro de una misma línea ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo menos posible en la importancia que se da a los hechos. Si hoy está mal rayar la pared, mañana, también.
Igualmente es fundamental la coherencia entre el padre y la madre. Si el padre le dice a su hijo que se ha de comer con los cubiertos, la madre le ha de apoyar, y veceversa. No debe caer en la trampa de : "Dejalo que coma como quiera, lo importante es que coma".
- Gritar. Perder los estribos. A veces es difícil no perderlos. De hecho todo educador sincero reconoce haberlos perdido alguna vez en mayor o menor medida. Perder los estribos supone un abuso de la fuerza que conlleva una humillación y un deterioro de la autoestima para el niño. Además, a todo se acostumbra uno. El niño también a los gritos a los que cada vez hace menos caso: Al final, para que el niño hiciera caso, habría que gritar tanto que ninguna garganta humana está concebida para alcanzar la potencia de grito necesaria para que el niño reaccionase.
Gritar conlleva un peligro inherente. Cuando los gritos no dan resultado, la ira del adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso los malos tratos psíquicos y físicos, lo cual es muy grave.
Nunca debemos llegar a este extremo. Si los padres se sienten desbordados, deben pedir ayuda
- No cumplir las promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que cuanto más promete o amenaza un padre/madre menos cumple lo que dicen. Cada promesa o amenaza no cumplida es un girón de autoridad que se queda por el camino. Las promesas y amenazas deben ser realistas, es decir fáciles de aplicar. Un día sin tele o sin salir, es posible. Un mes es imposible.
- No negociar. No negociar nunca implica rigidez e inflexibilidad. Supone autoritarismo y abuso de poder, y por lo tanto incomunicación. Un camino ideal para que en la adolescencia se rompan las relaciones entre los padres y los hijos.
- No escuchar. Dobson dice en su libro "El arte de ser padres", que una buena madre -hoy también podemos decir padre- es la que escucha a su hijo aunque esté hablando por teléfono. Muchos padres se quejan de que sus hijos no los escuchan. Y el problema es que ellos no han escuchado nunca a sus hijos. Los han juzgado, evaluado y les han dicho lo que habían de hacer, pero escuchar ... nunca.
- Exigir éxitos inmediatos. Con frecuencia, los padres tienen poca paciencia con sus hijos. Querrían que fueran los mejores... ¡ya!. Con los hijos olvidan que nadie ha nacido enseñado. Y todo requiere un período de aprendizaje con sus correspondientes errores. Esto que admiten en los demás no pueden soportarlo cuando se trata de sus hijos, en los que sólo ven las cosas negativas y que, lógicamente, "para que el niño aprenda" se las repiten una y otra vez.
Sin embargo, una vez que sabemos lo que hemos de evitar, algunos consejos y "trucos" sencillos pueden aligerar este problema, ofrecer un desarrollo equilibrado a los hijos y proporcionar paz a las personas y al hogar. Estos consejos sólo requieren, por un lado, el convencimiento -muy importante- de que son efectivos y, por otro, llevarlas a la práctica de manera constante y coherente.
Algunas de estas técnicas ya han sido comentadas al hablar de los errores, y ya no insistiré en ellas. Me limitaré a enunciar brevemente, actuaciones concretas y positivas que ayudan a tener prestigio y autoridad positiva ante los hijos:
- Tener unos objetivos claros de lo que pretendemos cuando educamos. Es la primera condición sin la cual podemos dar muchos palos de ciego. Estos objetivos han de ser pocos, formulados y compartidos por la pareja, de tal manera que los dos se sienten comprometidos con el fin que persiguen. Requieren tiempo de comentario, incluso, a veces, papel y lápiz para precisarlos y no olvidarlos. Además deben revisarse si sospechamos que los hemos olvidado o ya se han quedado desfasados por la edad del niño o las circunstancias familiares.
- Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le vale decir "sé bueno", "pórtate bien" o "come bien". Estas instruccuiones generales no le dicen nada. Lo que sí le vale es darle con cariño instrucciones concretas de cómo se coge el tenedor y el cuchillo, por ejemplo.
- Dar tiempo de aprendizaje. Una vez hemos dado las instrucciones concretas y claras, las primeras veces que las pone en práctica, necesita atención y apoyo mediante ayudas verbales y físicas, si es necesario. Son cosas nuevas para él y requiere un tiempo y una práctica guiada.
- Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo que hace bien y pasando por alto lo que hace mal. Pensemos que lo que le sale mal no es por fastidiarnos, sino porque está en proceso de aprendizaje. Al niño, como al adulto, le encanta tener éxito y que se lo reconozcan.
- Dar ejemplo para tener fuerza moral y prestigio. Sin coherencia entre las palabras y los hechos, jamás conseguiremos nada de los hijos. Antes, al contrario, les confundiremos y les defraudaremos. Un padre no puede pedir a su hijo que haga la cama si él no la hace nunca.
- Confiar en nuestro hijo. La confianza es una de las palabras clave. La autoridad positiva supone que el niño tenga confianza en los padres. Es muy difícil que esto ocurra si el padre no da ejemplo de confianza en el hijo.
- Actuar y huir de los discursos. Una vez que el niño tiene claro cual ha de ser su actuación, es contraproducente invertir el tiempo en discursos para convencerlo. Los sermones tienen un valor de efectividad igual a 0. Una vez que el niño ya sabe qué ha de hacer, y no lo hace, actúe consecuentemente y aumentará su autoridad.
- Reconocer los errores propios. Nadie es perfecto, los padres tampoco. El reconocimiento de un error por parte de los padres da seguridad y tranquilidad al niño/a y le anima a tomar decisiones aunque se pueda equivocar, porque los errores no son fracasos, sino equivocaciones que nos dicen lo que debemos evitar. Los errores enseñan cuando hay espíritu de superación en la familia.
Todas estas recomendaciones pueden ser muy válidas para tener autoridad positiva o totalmente ineficaces e incluso negativas. Todo depende de dos factores, que si son importantes en cualquier actuación humana, en la relación con los hijos son absolutamente imprescindibles: amor y sentido común.
Educar es estimar, alguien dijo. El amor hace que las técnicas no conviertan la relación en algo frío, rígido e inflexible y, por lo tanto, superficial y sin valor a largo plazo. El amor supone tomar decisiones que a veces son dolorosas, a corto plazo, para los padres y para los hijos, pero que después son valoradas de tal manera que dejan un buen sabor de boca y un bienestar interior en los hijos y en los padres.
El sentido común es lo que hace que se aplique la técnica adecuada en el momento preciso y con la intensidad apropiada, en función del niño, del adulto y de la situación en concreto. El sentido común nos dice que no debemos matar moscas a cañonasos ni leones con una honda. Un adulto debe tener sentido común para saber si tiene delante a una mosca o a un león. Si en algún momento tiene dudas, debe buscar ayuda en Dios atraves de consejeros, leer la palabra, para tener las ideas claras antes de actuar.
Amistad, autoridad y obediencia
La amistad entre padres e hijos se puede armonizar perfectamente con la autoridad que requiere la educación.
Es preciso crear un clima de gran confianza y de libertad, aun a riesgo de que alguna vez sean engañados. Más vale que luego ellos mismos se avergüencen de haber abusado de esa confianza y se corrijan.
En cambio, cuando falta un mínimo de libertad, la familia se puede convertir en una auténtica escuela de la simulación.
Tienen que entender que, nos guste o no, todos obedecemos. En cualquier colectivo, las relaciones humanas implican vínculos y dependencias, y eso es inevitable. No pueden engañarse con ensueños de rebeldía infantil.
Obedecer es a veces incómodo, es verdad. Pero tienen que descubrir que no siempre lo más cómodo es lo mejor. Deben darse cuenta de que el mejor camino para ser libre es lograr ser dueños de uno mismo. Han de comprender que sólo una persona bien curtida en la obediencia juvenil será libre en la edad adulta.
Pero, de todas formas, quizás les cuesta mucho obedecer porque no sabes mandar sin imperar. Hay detalles que facilitan la obediencia:
1. Exígete en los mismos puntos en que aconsejas, mandas o corriges: es muy cómodo, si no, recordar que tienen que ser humildes, pacientes y ordenados, sin ir tú por delante con el ejemplo.
2. Manda con afán de servir, sin dar la sensación de que lo haces por comodidad personal. Que vean que te molestas tú primero: muchas veces así ellos entenderán, sin necesidad de que nadie se lo diga, que deben hacer lo mismo.
3. No exhibas demasiado la autoridad. No des lugar al temor o a la prevención.
4. Procura saber lo que hiere a cada uno, para evitarlo delicadamente si es preciso. Sé comprensivo y sé muy humano. Aprende a disculpar. No te escandalices tontamente (supone casi siempre falta de conocimiento propio).
5. Habla con llaneza y sin apasionamiento, sin exagerar, procurando ser objetivo. Aprende a discernir lo normal de lo preocupante o grave.
6. Habla con claridad, a la cara. No seas blando, ni tampoco cortante: mantén una exigencia acolchada.
7. Sé positivo al juzgar y por en primer término las buenas cualidades, antes de ver los defectos, y sin exagerarlos.
8. No quieras fiscalizarlo todo. No quieras uniformarlo todo. Ama la diversidad en la familia. Inculca amor a la libertad, y ama el pluralismo como un bien.
9. Respeta la intimidad de tus hijos, sus cosas, su armario, su mesa de estudio, su correspondencia; y enséñales a respetar a los demás y su intimidad.
10. No dejes que se prolonguen demasiado las situaciones de excesiva exigencia. Para ello, debes estar atento a la salud y al descanso para que nadie llegue al agotamiento psíquico o físico.
Debes extremar los cuidados a los más necesitados (no todos los hijos son iguales) para evitar que tomen cuerpo las crisis de crecimiento o de madurez.
Importancia del tiempo
Imagínate que existe un banco, que cada mañana acredita en tu cuenta, la suma de 86,400.
No arrastra tu saldo día a día. Cada noche borra cualquier cantidad de tu saldo que no usaste durante el día. ¿Que harías? ¡Retirar hasta el último centavo, por supuesto!
Cada uno de nosotros, tiene ese banco. Su nombre es tiempo. Cada mañana, este banco te acredita 86,400 segundos. Cada noche, este banco borra, y da como perdido, cualquier cantidad de ese crédito que no has invertido en un buen propósito.
Este banco no arrastra saldos, ni permite sobregiros. Cada día te abre una nueva cuenta. Cada noche elimina los saldos del día. Si no usas tus depósitos del día, la perdida es tuya. No se puede dar marcha atrás. No existen los giros a cuenta del deposito de mañana. Debes vivir en el presente con los depósitos de hoy.
Consigue lo máximo en el día.
Para entender el valor de un año, pregúntale a algún estudiante que perdió el año de estudios.
Para entender el valor de un mes, pregúntale a una madre que alumbró a un bebe prematuro.
Para entender el valor de una semana, pregúntale al editor de un semanario.
Para entender el valor de una hora, pregúntale a los amantes que esperan a encontrarse.
Para entender el valor de un minuto, pregúntale a una persona que perdió el tren.
Para entender el valor de un segundo, pregúntale a una persona que con las justas evito un accidente.
Para entender el valor de una milésima de segundo, pregúntale a la persona que gano una medalla de plata en las olimpiadas.
Atesora cada momento que vivas. y atesóralo mas si lo compartiste con alguien especial, lo suficientemente especial como para dedicarle tu tiempo y recuerda que el tiempo no espera por nadie.
Ayer es historia. Mañana es misterio.
Hoy es una dádiva.
¡Por eso es que se le llama el presente!
SEPAMOS APROVECHAR EL TIEMPO QUE DIOS NOS CONSEDE, CON NUESTROS HIJOS, RECORDEMOS QUE ELLOS CRECEN MUY RAPIDO Y NADA HARA QUE PODAMOS RECUPERAR LO QUE YA PASÒ.
BENDICIONES.
miércoles
Preadolescentes: Autoridad y Libertad SEGUNDA PARTE
LA REPRENSION:
Es llamativa la autoridad natural de quien rara vez se enfada. Suelen ser personas con una serenidad y un dominio de sí mismos que resultan atractivos e infunden respeto.
Lo normal es que una reprensión se pueda hacer estando de buenas, y en ello va gran parte de su eficacia. Hay que tener sensibilidad para:
* escoger el momento adecuado;
* buscar unas circunstancias que no humillen;
* procurar hablar a solas y estando de buen humor;
* ponerse en su lugar;
* dejarle una salida airosa;
* saber intercalar unas palabras de afecto que alejen cualquier impresión de que se corrige por disgusto personal;
* mostrar la convicción de que va a mejorar y corregir la conducta inadecuada.
La inoportunidad y la falta de diplomacia son errores graves. Nada conseguirá un padre o una madre que reprenda a sus hijos a gritos, dejándose llevar por el mal genio, amedrentando, imponiendo castigos precipitados, haciendo descalificaciones personales o enmiendas a la totalidad, o sacando trapos sucios y antiguas listas de agravios.
Si no somos educados
al corregir,
no estamos educando.
Recuerdo el caso de un muchacho al que el miedo aterrador a sus padres llevó a una fabulosa sucesión de mentiras, tejiendo un verdadero castillo de naipes que acabó finalmente por caer, con un elevado coste familiar. El caso es que los motivos que el muchacho daba para haber hecho todo eso eran quizás injustificados, pero comprensibles.
El mal genio de sus padres, los castigos irreflexivos y desproporcionados, y los repetidos disgustos familiares que cualquier tontería provocaban, acabaron por retraerle con un miedo que para él, a esa edad resultaba insuperable.
La versión de los padres era sobrecogedora y sin margen alguno para reconocer su propio error. Toda su existencia había sido un continuo querer llevar la razón y dejarse arrastrar por el mal genio y la amenaza, y en absoluto querían esforzarse por comprender a su hijo.
No estaban acostumbrados a atenerse a razones y tuvo que encargarse el paso del tiempo bastante tiempo de hacérselo ver. La vida les hizo sacar experiencia de lo conveniente que es facilitar la sinceridad si se quiere sinceridad, y de no escandalizarse tontamente por lo que ellos mismos habían propiciado.
La precipitación al castigar produce injusticias que a los chicos les parecen tremendas. Es mejor tomarse el tiempo necesario para oír las dos campanas o más, si es el caso, conocer la fiabilidad de cada versión, cerciorarse de la culpabilidad de cada uno, y entonces, ya serenos y con elementos de juicio, decidir lo más oportuno.
No se puede juzgar a nadie
sin haberle antes escuchado.
A pesar de lo evidente que resulta y de lo antiguo de su origen, se olvida con frecuencia.
Comprender. Facilitar la sinceridad
Si el niño se siente frecuentemente reprendido y, por el contrario, casi nunca reconocidos o recompensados sus actos meritorios aunque a los padres les parezcan insignificantes comparados con los dignos de castigo, ante esa insensibilidad de los padres, van desapareciendo poco a poco en él los deseos de hacer cualquier cosa positiva.
Llevado a su extremo este torpe planteamiento, el chico puede llegar a pensar que lo mejor es no hacer nada, porque haciendo cualquier cosa lo único que logrará es exponerse a recibir una nueva bronca.
Si el niño reconoce la culpabilidad de una determinada falta, y esto no supone apenas mejora en el castigo aplicado, cada vez le costará más ser sincero.
Aun a costa de arriesgarse
a dejar impunes algunas faltas,
los chicos han de saber
que una falta declarada
es una falta casi perdonada.
Hay que apoyar con los hechos eso de facilitar la sinceridad, y saber ser a un tiempo exigente e indulgente. Esos padres que después de exigir sinceridad se enfadan o se asustan ante ella, obtienen como premio una merecida desconfianza por parte de sus hijos.
Los padres deben enseñar al chico a:
* Que diga siempre la verdad, aunque le cueste. Debe saber que siempre será perdonado y, además, que cuando es sincero será raro que le castiguen.
* Que cuente con confianza a sus padres las preocupaciones que tenga. Al hacerlo, debe encontrar en ellos afecto e interés, aunque les parezcan cosas sin importancia.
* Que sepa que no se miente, ni con la excusa que será falsa de conseguir algo bueno. Tampoco en los juegos: que no sea tramposo.
* Que comprenda que la sinceridad en la familia, en el colegio o entre los amigos contribuye a crear un ambiente de alegría y libertad.
La reprensión exige estar a solas, aunque eso suponga esperar. Es difícil que el chico reconozca su mala actitud o sus errores si lleva aparejada una confesión casi pública. Actuar así es facilitar que añada nuevas mentiras, y un enfado casi seguro. La reprimenda pública suele ir acompañada de humillación, y él tiene un fuerte sentido del ridículo. Luego hablará del regaño que me echaron delante de mi hermana, o ese día que estaban los tíos en casa..., y es algo que le costará sin duda digerir.
A esta edad son muy finos observadores y advierten cuándo en sus padres hay celos, envidia, soberbia, afán de imponerse o de figurar, y entonces la posibilidad de influir positivamente sobre ellos baja enormemente. Para que la palabra de los padres
tenga prestigio
y obtenga el efecto deseado
es necesario esforzarse
por arrinconar el propio orgullo.
La falta de interés también les entristece mucho. "Mis padres no me entienden. Fíjese, ayer, llegué todo contento a casa porque me había salido muy bien el examen, y no me hicieron ni caso; seguramente tendrían cosas más importantes de que preocuparse que de mí".
El sentido crítico y la característica sagacidad infantil para definir con cuatro rasgos los defectos de cualquiera, hacen en estos casos un efecto arrollador en la descripción de esas situaciones. "Y el otro día, que quise hacer algo bien y me puse a poner la mesa, se me cayó un vaso y se rompió. Y fue porque me había empujado mi hermano. Y llegó mi padre en ese momento y, sin preguntar más, me dio un manotazo encima. Eso me pasa por querer ayudar. Y mi hermano, que no hace nada, ¿qué...? Se ve que lo mejor en casa es pasar inadvertido y desaparecer cuanto antes, y no hacer nada, ni bueno ni malo."
"Y si quiero comprarme algo, siempre es un capricho, y en cambio para otras cosas... que si el coche nuevo, que si la moda de primavera... Y además siempre, en cuanto se enfadan, sacan la lista de todas las cosas que he hecho mal toda la vida... como si ellos no se hubieran equivocado nunca. Estoy harto de oírla. Creo que nunca me han dicho nada bueno".
No hace falta seguir describiendo el proceso de justificación del chico que, aunque subjetivo y a veces poco coincidente con otras versiones, denuncia una innegable falta de sensibilidad de sus padres hacia sus gestos positivos.
Descubre a tu hijo
haciendo algo bien
y elógialo.
Preadolescentes: Autoridad y Libertad PRIMERA PARTE
La autoridad puede depender mucho del temperamento, de la forma de ser de cada uno.
No obstante, puede adquirirse, mejorarse o perderse conforme a normas seguras que conviene conocer.
Cuando a un padre o a una madre, o a un profesor, no le obedecen en condiciones normales, claro está, la falta no está de ordinario en los chicos, sino en quien manda.
Repetir órdenes sin resultado, intervenir constantemente, mostrar aire dubitativo o falta de convicción y seguridad en lo que se dice, son las causas más habituales de la pérdida de autoridad.
No ha de confundirse autoridad con autoritarismo.
La dictadura familiar requiere poco talento, pero es mala estrategia.
Ser autoritario no otorga autoridad.
Hay quien piensa que el éxito está en que jamás le ignoren una orden. Pero eso es confundir la sumisión absoluta de los hijos con lo que es verdadera autoridad, no saber distinguir entre poder y autoridad.
El poder se recibe...
la autoridad hay que ganarla...se conquista mereciéndola.
Mandar es fácil. Conseguir ser obedecido, ya no tanto.
Y lo que exige un auténtico arte es conseguir que los hijos obedezcan en un clima de libertad.
En edades tempranas era más fácil, pero con el tiempo las cosas se van haciendo difíciles, hay una mayor contestación, el chico se rebela con más fuerza ante lo que no entiende.
Esto llega con la adolescencia, o antes; a veces, con motivo de la adolescencia de un hermano mayor; y, en cualquier caso, antes que en otras generaciones.
Si los padres hasta entonces han abusado de la imposición, el fracaso educativo se puede casi asegurar.
El chico tiene ahora diez o doce años. Ya no es una criatura que obedece "porque sí".
Dentro de poco será un hombrecito biológica y psicológicamente independiente.
Prepáralo para que pueda
elegir libremente lo mejor.
No tengas miedo a la libertad. Enséñale a pensar y a decidir.
Educar en la libertad es difícil, pero es lo más necesario. Porque hay padres que, por afanes de libertad, no educan; y otros que, por afanes educativos, no respetan la libertad. Y ambos extremos son igualmente equivocados.
Aprender a mandar, enseñar a obedecer:
En muchos casos, el éxito de la autoridad ante el chico de esta edad está más en cómo se manda que en lo que se manda.
El modo de mandar es lo que hace que valore esa autoridad de los padres, más que la importancia de lo que dicen.
A ver, pon ejemplos.
Al proponerle que haga algo, no puede darse la sensación de mandar por comodidad personal y, mucho menos, con aire de señor feudal sobre sus siervos.
Es bueno que vea que nos molestamos nosotros primero. Y como el ejemplo arrastra, aceptarán así mejor el mandato.
Si ven que papá ayuda a mamá en las tareas domésticas, él entenderá que debe hacer lo mismo sin necesidad de que nadie se lo explique.
Lo que mandemos ha de ser razonable. Y si es posible, que también lo parezca.
A esta edad suelen ser muy razonables y un esfuerzo, un sacrificio incluso, será aceptado de buen grado si desde el principio se considera como una condición precisa para la buena marcha de algo (de la vida familiar, por ejemplo).
Otra regla básica del ejercicio de la autoridad es no multiplicar las órdenes o prohibiciones. Y más aún si se tratara de exigencias casi imposibles de cumplir. No se puede, por ejemplo, pedirle a esta edad que esté callado y quietecito un rato largo, o que no juegue cuando con ello no molesta a nadie, o que esté estudiando sin levantar la vista durante tres horas seguidas. En estos años, el niño es todo movilidad, y necesita expansionarse, debemos comprender su exuberancia vital.
Hay que mandar
lo que razonablemente
se pueda exigir.
Y en esto debemos ser realistas, pues las personas necesitan de cierto entrenamiento, necesitan aprender, y eso requiere tiempo.
Piensa también que
no debe hacerse promesa
que no se piense cumplir,
ni amenaza que no se quiera luego ejecutar.
Al tener el chico, como ya hemos dicho, un profundo y vivísimo sentido de la justicia, sufre mucho cuando piensa que sus padres actúan injustamente. Por ejemplo, si dan señales de preferencia entre hermanos, o toman partido por éste o por aquél. El chico juzga conforme a lo que ve, y a veces le faltan datos.
Por eso no basta
con ser justo,
también es preciso parecerlo.
"Nadie engaña impunemente a un niño". Los padres que emplean la mentira se desautorizan.
La mentira,
además de inmoral,
es mala aliada
e indica pobreza de recursos.
Si actuamos con rectitud, no será preciso mentir. Todo tendrá su explicación natural.
No sería nada formativo, por ejemplo, aunque sea en cosas de poca importancia que vieran a su padre decir que no está cuando recibe una llamada telefónica inoportuna. O que no advierte al dependiente que le ha devuelto dinero de más. O que comenta cómo ha engañado con una tontería al hermano pequeño que no quería tomarse la leche. O muchas otras actuaciones semejantes.
El miedo a la libertad. Educación en la confianza
La autoridad ha de exhibirse lo menos posible. Cada vez que se emplea se expone a un riesgo y sufre un desgaste.
Tan grave es no usar de la autoridad cuando es preciso hacerlo, como emplearla de modo tan reiterado que acabemos por perderla.
Esto supone aprender a hacerse el despistado de vez en cuando, exponerse a ser engañado en cosas de poca importancia con una ingenuidad sólo aparente antes que mantener ante los hijos una actitud de desconfianza o recriminación constantes.
Son precisamente las actitudes desconfiadas las que hacen al chico de diez o doce años adiestrarse en la técnica de la mentira.
No es bueno
manifestar incredulidad:
la educación debe basarse
en la confianza.
No prestéis demasiado oído a la acusación. Desechad las sospechas injustas. La confianza ayuda a que le duela sinceramente haberlos defraudado.
Crea un ambiente de libertad en el que se sienta a sus anchas sin estar rodeado de controles, y el buen ejemplo rendirá sus frutos.
La libertad no está reñida con la autoridad y la disciplina, sin las cuales será muy difícil que cada cual pueda, sin herir a otro, gozar de libertad de movimientos o de expresión.
Mala cosa sería que el chico se acostumbrara a oír repetir a sus padres una determinada orden varias veces. Así, cada día tardará más en obedecer, y en muchas ocasiones ni siquiera llegará a hacerlo.
No es nada educativo, por ejemplo, llamarle cinco veces para que se levante, la última con suficiente tiempo todavía para llegar holgadamente al colegio. Si el chico no es obediente, es mejor que le llames a la hora en que vas a exigirle que se levante. De lo contrario, desgastas tu autoridad, y cada día tendrás que ejercerla de forma más dura para lograr los mismos resultados. Y cada día será más difícil recuperar el terreno perdido.
A veces esas crisis de autoridad en la familia provienen de que se desautorizan mutuamente unos a otros ante el chico. Se echa la culpa al otro cónyuge, o a las condescendencias de la abuela, o al ausente, pero no se busca el acuerdo de todos para poner remedio.
La falta de acuerdo
entre los esposos
al educar a los hijos
es la causa de muchos fracasos.
Es preciso ponerse de acuerdo para convenir una solución sobre el modo de actuar en cuestiones concretas. Hará falta, como siempre que intervienen dos o más personas en una decisión, que cada uno ceda en algo de su idea inicial para lograr un acuerdo sin imposiciones.
Tendencia a prejuzgar negativamente
En el fondo de todo chico hay una serie de buenos sentimientos que la naturaleza ha impreso en él, y a los que hay que saber sacar brillo.
Debemos fomentar todo ese conjunto de valores positivos que irán configurando un carácter y una personalidad de la que broten, sin necesidad de órdenes, todas esas cosas que nos agradaría ver en él.
Para ello, primeramente
hay que suponer en el chico
las cualidades
que se quieren ver en él.
Cuando se le acusa continuamente de tener un determinado defecto, acabará por pensar que es algo tan arraigado en él que es inútil luchar por corregirlo.
En vez de agobiarle diciendo que es un perezoso y un inconstante, dile que estás seguro de que conseguirá sacar esas buenas calificaciones porque va a estudiar mucho.
En vez de decirle que nunca ha tenido voluntad y que jamás termina lo que empieza, dile que ésa es una buena ocasión para que demuestre que en realidad sí puede.
Y en vez de insistir en que es una criatura sin corazón, o un egoísta, apuesta por sus buenos sentimientos, y no te defraudará.
Conviene apoyarse en ese sentimiento natural que tiene de agradar y de ser útil, de sentirse valorado. El chico/a da mucha importancia a lo que opinan de él/ella y es muy sensible a los estímulos. Hay que saber apoyarse en esos sentimientos propios de la edad para ayudarles a superarse en su mejora personal.
Se trata,
por decirlo de alguna manera,
de poner a su amor propio
del lado del bien.
Otro principio sabio es creer firmemente en las buenas intenciones de los chicos, siguiendo aquel elemental principio jurídico:
El bien debe ser supuesto,
el mal debe ser probado.
Tenemos los humanos una lamentable tendencia a pensar mal, a prejuzgar negativamente. Una extraña manía que reduce a cenizas las mejores esperanzas de los chicos.
El viejo aforismo de piensa mal y acertarás que cierta tradición ha acuñado, lo corrobora tristemente. A veces nos fijamos más en lo negativo que en lo positivo de las personas, y tenemos propensión a agrandar el mal con la medida de nuestra propia mezquindad, trivializando las razones de las cosas y buscando dobles intenciones donde no las hay.
Es mala política etiquetar al niño:
Caricaturizo las típicas quejas de las personas absorbidas por esa tendencia al prejuicio negativo:
* Siempre me hace lo mismo cuando llega a casa.
* Siempre igual.
* No hay manera de que haga nada bien.
* Siempre tiene una historia con la que excusarse.
* Ya verás como en cuanto aparezca nos dirá aquello y no querrá hacer ese recado.
* Jamás tiene un detalle, y ya verás como dice que no.
* Es un haragan y no creo que lo consiga, como siempre.
* No toca un libro.
* Nunca presta nada de lo suyo; es mejor que no se lo pidas.
* Nos estropeará el verano, porque suspenderá, como siempre; y luego se pasará las vacaciones haciendo el vago.
Estas afirmaciones tajantes y malpensadas con que algunos se adelantan a prejuzgar siempre negativamente, acaban con la esperanza de cualquiera. Es una hostilidad impertinente que llena de conflictos la familia y enfría el calor del hogar.
O sea, que se trata de pensarlo bien antes de decir algo negativo.
Sí, pero no suele bastar con pensar mal y no decirlo.
Cuando se tiende
a pensar mal de los demás,
esos pensamientos críticos
van gestando una actitud negativa,
y ésta acaba fraguando
en comentarios y conductas
también negativas.
Por eso es mejor juzgar positivamente también de pensamiento. Se trata de evitar esa actitud que refleja aquel conocido chiste del automovilista que sufre un pinchazo en plena noche en una carretera desierta y se da cuenta de que no lleva nada para cambiar la rueda.
Ve a lo lejos la luz de una casa de campo. "Me acercaré y les pediré ayuda", se dice. Se dirige hacia la casa y va pensando por el camino: "Mira que si tienen como pero no me quieren ayudar...". Y continúa debatiéndose en ese pensamiento todo el trecho que le separa de aquella casa, hasta el punto de obsesionarse.
"Mira que como no me lo dejen, no sé que les digo...". Llega a la casa y llama al timbre, ya claramente enfadado. Una señora le abre la puerta y el caminante le dice sin más preámbulos: "¡Sabe que, que es muy probable que usted tenga algo para cambiar mi llanta, pero sabe que: no la quiero, que les quede!"
CONTINUARÀ...
Que significa ser padre hoy
El 'buen padre', imagen ampliamente difundida por las sociedades de consumo, es la de 'proveedor': aquél que satisface todas las necesidades materiales del hogar. Para "que no les falte nada a los hijos" trabaja jornadas dobles y aún los fines de semana.
El padre no logra satisfacer las necesidades presentes, cuando ya le han sido creadas otras. Así se desgasta febrilmente, sin darse un respiro para disfrutar lo importante: la experiencia única de ver crecer a los hijos.
Los padres que han logrado vencer las tradiciones atávicas de ser meros proveedores, comparten el gozo en la crianza de los hijos y hablan de "una nueva dimensión en la convivencia familiar".
A pesar de los iracundos reproches de quienes pretenden perpetuar el tabú inmemorial de que cuando el padre se involucra emocionalmente con el hijo se torna 'suave como una segunda madre', y que si participa en el cuidado y atención del hijo se convierte en simple 'mandilón', cada día son más los padres presentes en el quirófano en el momento del nacimiento de sus hijos, en los cursos prenatales y de posparto para capacitarse en el cuidado del bebé.
Se necesitan dos para engendrar un hijo. También se necesitan dos para su desarrollo.
La intuición femenina permite a la madre establecer una comunicación vital con el hijo desde el momento mismo de su nacimiento. Interpreta las señales de temor en el infante y con mimos lo tranquiliza y conduce suavemente.
La voz del padre es de suma importancia: Da seguridad, confianza en el porvenir, establece los límites de la conducta infantil, y cierra el círculo del amor que debe rodear al niño.
El padre proporciona un elemento único y esencial en la crianza del hijo y su influencia es poderosa en la salud emocional.
La madre le dice: "con cuidado", y el padre le dice "uno más", al estimular al pequeño a subir otro peldaño para que llegue a la cima. Juntos, tomados de la mano, padre y madre guían al retoño en el camino de la vida.
El padre de hoy se abre a las necesidades más sutiles del hijo: las emocionales y las psíquicas.
Trasciende la preocupación de sí mismo y sus ocupaciones, y logra ver al hijo en sus propios términos.
Propicia el ambiente que le permita el desarrollo de su potencial en un marco de libertad responsable, no de dominación.
No se detiene en la periferia, sino que conoce al hijo de cerca. Lo guía sin agresividad, con firmeza motivada y razonada, por el camino de los valores que desea heredarle. El padre de hoy se ha dado permiso para ver con ojos de amor al retoño de sus entrañas. Advierte en el hijo, más allá de las limitaciones presentes, el cúmulo de posibilidades que está por realizar. Y a su lado goza cada peldaño de su desarrollo.
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